miércoles, 20 de abril de 2011

Hasta siempre, Julio

Recibí ayer martes, en la noche, una llamada telefónica de esas que uno nunca espera. O más bien, de esas que uno nunca quisiera que llegaran. El tono de voz detrás del auricular, de mi querido amigo Renato, hacía presagiar que la noticia no era buena, y después de un breve saludo todo estaba dicho: Julio García había muerto.

Para muchos de los que lean estas líneas, él no será más que el periodista chileno que murió asfixiado por los gases lacrimógenos durante las multitudinarias protestas populares en Quito, capital del Ecuador, este martes 19 de abril. Pero para mí, él siempre seguirá siendo mucho más que eso. Déjenme precisar un poco más. Para mí, "el Julio" es de esas personas que han estado, de una u otra manera, siempre presentes en mi vida, desde que tengo uso de razón. Él formaba parte del grupo de exiliados chilenos que compartían con mi madre, también chilena, la esperanza de crecer en un país democrático y libre, luchando siempre por la justicia social desde ONGs y otras instituciones y organizaciones populares en Ecuador.

Y en ese medio crecí yo, sin los temores ni la represión de la que ellos huyeron. Y allí, mientras yo crecía, estaba el Julio, siempre con su risa cálida y su voz pausada, siempre con esa profunda mirada que te hacía sentir que cuando te miraba, lo estaba haciendo desde el corazón…

Con el pasar de las horas, desde la llamada de ayer, he pasado por distintas emociones al pensar, recurrentemente, en el Julio. Y si por momentos pensé "por lo menos murió en su ley", ahora me opongo a pensar eso, porque la ley del Julio no era reprimir, sino sonreir; porque la ley del Julio no era disparar balas, sino disparar el obturador de su máquina fotográfica;
porque la ley del Julio no era acallar la voz del pueblo, sino retratarla para darle trascendencia más allá de sus propios actores; porque la ley del Julio no era asfixiar a la gente con gases tóxicos. Entonces, el Julio no murió en su ley, sino en la ley de la policía represora, cobarde, que se oculta tras el anonimato para actuar con impunidad; que dispara balas a mansalva para no demostrar que están cagados de miedo ante la imparable presencia del pueblo en las calles; que dispara bombas lacrimógenas al cuerpo de las personas para intoxicarlas con sus tóxicos gases y aplacar los justos reclamos por una vida justa, libre y
democrática…

Eso sí, creo que el Julio murió haciendo lo que él amaba, porque aunque tuvo que huir de la dictadura militar de Pinochet en la década del 70 y rehacer su joven vida en un país extraño (aunque no lo sería por mucho tiempo), nunca dejó de luchar por lo que consideraba justo, nunca dejó de fotografiar aquello que consideraba importante, su pueblo, y estuvo siempre presente en las circunstancias y lugares en los que toda persona con responsabilidad social tenía que estar.

Puta que me siento orgulloso de haberlo conocido, y de haber crecido rodeado de grandes como él. Hasta siempre, Julio.

Ismael Otero Campos, 20 abril 2005.

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